MODA

Los 70
Libertad y Reconstrucción
Por Paulina Navarro Kehoe
Esta década marca la historia con una actitud proactiva y radical, llena de cambios importantes en la sociedad.
Los años 60 no solo marcaron una era de avances tecnológicos y cambios económicos globales. También fueron una década clave para la transformación de la feminidad y la forma en que las mujeres se expresaban a través de la moda. Fue un momento de ruptura, de liberación y de redescubrimiento del cuerpo femenino, no como objeto, sino como territorio de poder, identidad y estilo.
La ropa dejó de ser una imposición para convertirse en una declaración. Las mujeres comenzaron a rebelarse contra los estilos rígidos del pasado, apostando por prendas más audaces, cómodas y expresivas. Las siluetas se suavizaron, los colores se encendieron y las texturas comenzaron a jugar un papel protagónico. Metálicos brillantes se mezclaban con tonos tierra y frambuesa, creando combinaciones inesperadas que hablaban de una nueva libertad creativa.
La cultura hippie, lejos de desaparecer, se transformó en un estilo bohemio que abrazaba la diversión, la fluidez y lo natural. Las páginas de Vogue, siempre a la vanguardia, celebraban esta nueva sensualidad con telas que se movían con el cuerpo: flecos, gasas, cortes sueltos y una estética que respiraba el espíritu del flower power. Incluso la ropa deportiva se contagió de esta filosofía, priorizando la comodidad sin renunciar a la elegancia.
Uno de los grandes protagonistas de esta revolución fue el poliéster. Su llegada significó un alivio para muchas mujeres: por fin una tela que no necesitaba plancharse para lucir bien. Además, su flexibilidad permitió crear siluetas que abrazaban las curvas, alargaban el torso y celebraban la figura femenina tal como era.
Pero si hubo un material que cambió las reglas del juego, fue la mezclilla. Lo que antes se consideraba un textil rudo y reservado para la clase trabajadora, se convirtió en un símbolo de estilo y rebeldía. La mezclilla se reinventó en las pasarelas y se volvió accesible para todos. Un simple par de jeans con el nombre de una marca bordado podía ser tan codiciado como una prenda de alta costura.
Este fenómeno, sin embargo, también generó tensiones dentro de la industria. Mientras algunos celebraban la democratización de la moda, otros lamentaban la pérdida de exclusividad y el prestigio asociado a los materiales más lujosos. Así, la moda de los 60 no solo vistió cuerpos, sino que también reflejó debates sociales más profundos sobre clase, acceso y autenticidad.
Hoy, muchas de esas ideas siguen vivas. Las siluetas naturales, la mezclilla como básico universal y la búsqueda de comodidad sin sacrificar estilo son herencias directas de esa década vibrante. Los años 60 nos enseñaron que la moda puede ser divertida, política, liberadora y, sobre todo, para todos.





Los 80
Empoderamiento y ambición
Por Paulina Navarro Kehoe
La década de 1980 fue una era de contrastes y excesos en la moda, marcada por la audacia, la expresión individual y la creciente influencia de la cultura pop.
Los años 80 fueron una década de ambición, transformación y mucha actitud. En un mundo donde cada vez más mujeres entraban al ámbito laboral y comenzaban a ocupar puestos de liderazgo, la moda se convirtió en algo más que una cuestión estética: fue una herramienta de empoderamiento, una forma de decir “aquí estoy” en un entorno que aún estaba dominado por el poder masculino.
El lema no escrito de la época parecía ser “más es más”, y eso se reflejaba en cada prenda, en cada accesorio, en cada silueta. El power dressing se convirtió en el uniforme de la mujer profesional: trajes estructurados, hombreras marcadas, faldas a la rodilla y cortes impecables que proyectaban autoridad sin perder feminidad. Era una forma de vestir que no solo buscaba encajar, sino destacar, reclamar espacio y respeto.
Pero la moda de los 80 también fue un espejo del espíritu materialista y optimista de la época. La cultura “yuppie” —jóvenes profesionales de clase alta— impulsó una estética donde el éxito se mostraba con orgullo: marcas visibles, accesorios llamativos y una clara intención de comunicar estatus a través del estilo.
Al mismo tiempo, la creciente obsesión por la salud y el bienestar físico trajo consigo una revolución en el vestuario diario. La ropa deportiva salió del gimnasio para conquistar las calles. Leggings de lycra, calentadores, sudaderas oversized, cintas para la cabeza y zapatillas deportivas se convirtieron en símbolos de una vida activa, moderna y estilosa. Gracias a íconos como Jane Fonda y películas como Flashdance, el look deportivo se volvió deseable, cómodo y, sobre todo, aspiracional.
El tracksuit, antes reservado para el entrenamiento, se transformó en una prenda casual de uso diario, confeccionado en telas sintéticas y colores vibrantes que reflejaban la energía de la época. Esta tendencia fue el preludio de lo que hoy conocemos como athleisure, donde la comodidad y el estilo conviven sin esfuerzo.
Y si hablamos de estilo ochentero, no podemos olvidar el maximalismo. Los colores neón dominaron la escena: rosa chicle, azul eléctrico, amarillo brillante… todo era válido si llamaba la atención. Los estampados geométricos y abstractos decoraban suéteres y conjuntos, añadiendo un toque gráfico y divertido a la moda cotidiana.
En definitiva, los años 80 fueron una explosión de color, poder y personalidad. Una década en la que la moda no solo acompañaba el ritmo de la vida, sino que lo marcaba. Era una forma de expresión, de ambición, de pertenencia. Y aunque los estilos han cambiado, esa energía audaz y esa confianza en uno mismo siguen inspirando la forma en que nos vestimos hoy.





Los 90
Minimalismo y rebelión auténtica
Por Paulina Navarro Kehoe
La década de 1990 marcó un cambio significativo en la moda, alejándose de la exuberancia de los 80 hacia estilos más relajados, minimalistas y con una fuerte influencia de la cultura juvenil.
Los años 90 fueron una década de contrastes, donde la moda dejó de seguir una sola narrativa para convertirse en un reflejo de múltiples voces, estilos y subculturas. Fue una época en la que la comodidad y la autenticidad se volvieron prioridad, y donde cada prenda parecía contar una historia personal.
Uno de los movimientos más icónicos fue, sin duda, el grunge. Nacido en las calles lluviosas de Seattle y popularizado por bandas como Nirvana, este estilo abrazó lo descuidado como una forma de protesta. Camisas de franela a cuadros, jeans rotos, camisetas gráficas y suéteres oversized se convirtieron en el uniforme de una generación que rechazaba el exceso de los 80. Lo gastado no solo era aceptado, era deseado. Representaba una estética honesta, sin pretensiones, que hablaba de sobriedad y realismo.
Incluso el calzado tenía algo que decir: botas de combate y Converse desgastadas reemplazaron los tacones y zapatos de vestir. El grunge no buscaba impresionar, sino expresar. Y aunque nació como una reacción anti-moda, no tardó en ser absorbido por la industria, que reinterpretó sus códigos en pasarelas de lujo. Una vez más, las subculturas demostraban su poder para transformar las tendencias globales.
Pero no todo era rebeldía. En el otro extremo del espectro, el minimalismo emergió como una respuesta serena y sofisticada. Después de los neones y los volúmenes exagerados de los 80, muchas personas comenzaron a buscar simplicidad, funcionalidad y elegancia discreta. Prendas básicas como camisetas ajustadas, faldas largas, vestidos lenceros y jeans de corte recto dominaron el armario, casi siempre en tonos neutros como blanco, negro, gris o camel.
El minimalismo no era aburrido, era refinado. Diseñadores como Calvin Klein y Helmut Lang lideraron esta estética con líneas limpias, materiales de calidad y una visión atemporal. Los bolsos pequeños, como los icónicos baguette bags, se convirtieron en el complemento perfecto para este estilo depurado, demostrando que menos, a veces, es mucho más.
Así, los 90 nos dejaron una lección valiosa: la moda no tiene por qué ser uniforme. Puede ser grunge o minimalista, ruidosa o silenciosa, pero siempre auténtica. Fue una década que celebró la individualidad, donde cada quien podía encontrar su voz —ya fuera entre los acordes distorsionados del rock alternativo o en la sutileza de una prenda bien cortada.



